El proceso de transformación de la que nos habla el apóstol Pablo en la carta a los Romanos capítulos 8 y 12 no es de un día para otro, es un trabajo  de días, meses y años  que Dios el creador realiza en la vida de una persona, hasta ser conformados a la imagen de su hijo.

“A los que antes conoció, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su hijo…” Romanos 8:29

Debemos tener muy presente que todos nacimos en pecado, …“Y en pecado me concibió mi madre” Salmo 51:5 Todos sabemos que el pecado es el estado de maldad y rebelión que el ser humano manifiesta por naturaleza que pasa de generación a otra generación desde que el hombre y la mujer fueron tentados por el diablo a desobedecer el mandato de Dios.

Dios quien creó todas las cosas y nos creó a su imagen y a su semejanza inmediatamente percibió ese estado espiritual y dio  la promesa de que su creación ahora perdida y alejada de Él sería restaurada por el sacrificio de su único y amado hijo Jesucristo dando su vida y derramando su sangre para perdonar su pecado ¡¡Gloria a Dios por ello!!

“Así como hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del hombre celestial” 1ª. Corintios 15.48, 49 Entendiendo que el hombre terrenal fue aquel Adán del inicio de la creación; y el hombre celestial nuestro Señor y Salvador Cristo Jesús.

La transformación del terrenal al celestial se inicia desde el instante que una persona en ese estado de deterioro y perdición en que nació y se ha desarrollado producto del pecado, viene con un corazón arrepentido y humillado reconociéndolo como el Señor y salvador de su vida; ese acto de fe Dios lo ve con sumo agrado.  Es en ese momento que Dios pone en acción un proceso de transformación, un cambio de muerte a vida que culmina en un estado de glorificación eterna, ahora sus pasos van en la dirección correcta porque camina en este mundo tomado de la mano del Dios mismo.

“A los que predestino, también los llamó y a los que llamó también los justificó; y a los que justificó también glorificó” Romanos 8.30

Esta maravillosa promesa de Dios es para toda la humanidad que  aún se encuentra alejada de Dios, sin paz, sin gozo y sin salvación; pero que sin importar su cultura o descendencia o posición económica tiene la gran oportunidad  de alcanzarla.

En este mismo momento puede hablar con Dios y pedirle de todo corazón que sea el Señor y Salvador de su vida, pídale que perdone sus pecados para tener la dicha de llegar al cielo.