El alma es el asiento de las emociones, representa la unidad del ser humano, en donde la mente, la voluntad y los sentimientos forman parte; es inmortal pero necesita ser sanada porque según dijo Dios: “El alma que pecare, esa morirá” Ezequiel 18: 4

“Yo dije: Jehová  ten misericordia de mí; sana mi alma porque contra ti he pecado” Salmo 41:4

En el primer libro de la sagradas Escrituras, Génesis, encontramos el relato de la obra maravillosa de Dios, que dice: “Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, el hombre se convirtió en un alma viviente”. Génesis 2:7

Recordemos que el pecado provocó un abismo de separación entre Dios santo y eterno y el ser humano, cuando este desobedeció el mandato de su creador y pecó contra Dios; desde entonces el alma empezó a degradarse y fue cayendo cada vez más a una condición de esclavitud y de temor. El propósito de Dios para la vida de toda persona  se truncó.

Los intentos que la persona y la humildad entera en esa condición ha hecho a lo largo de la existencia para mejorar la relación perdida con  Dios solo han dado paliativos y alguna esperanza, porque son a nivel del intelecto y emociones, no para salvar,  restaurar y volver a tener la seguridad de vivir eternamente con Dios. Por lo tanto la sanidad del alma no puede ser posible, hasta que cada persona se humille ante su creador y venga con un corazón arrepentido pidiendo cada día como nos dice al Salmo 41 “Señor ten misericordia de mí, sana mi alma, porqué contra ti he pecado. Como lo entendió el salmista,  Dios quiere que toda persona que vive en la tierra tenga la capacidad de comprender esta verdad y suplicarle a su creador que tenga misericordia y sane su alma.

El precio que Jesús pagó por rescatar el alma es muy costoso pero suficiente. El salmista lo dice claramente: “Nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a Dios rescate por la vida. Tal rescate es muy costoso; ningún pago es suficiente…Pero Dios rescatará mi alma de la garras del sepulcro y con Él me llevará”. Salmo 49:7,8,15. Jesús con su muerte en la cruz si pudo pagar el precio del rescate; toda alma puede acercarse confiadamente cuando viene con su corazón humillado y arrepentido ante Dios, pues Dios el Señor no desprecia a nadie.